Esa mirada sedienta y voraz.

Nos quedamos en el claro,

observándonos con curiosidad.

Yo no sabía que pretendías,

aunque en tus movimientos se declaraba tu intención.

Anda, sedúceme.

¿Qué más puedo perder?

Nos comenzamos a preguntar quién daría el primer paso.

Los dos nos acercamos al unísono.

Tu pelaje ondeó con el viento helado de la medianoche,

y mi piel se erizó cuando avanzaste dos pasos más.

Te miré expectante, deseando apabullarte, aturdirte.

Y avanzaste tres, cuatro,

cinco pasos más.

Ya era la hora.
Ya no podría correr.

Ya no podría gritar.

Anda, devórame.

¿Qué más podríamos perder?

Te abalanzaste sobre mí de una manera bestial,

tu instinto.

Deseé poder ser de tu especie, intuitivo.

De tu estirpe, imparable.

De tu carne, caliente.

Pero sé que puedo ser algo de ti.

Tu tipo, tu mártir.

Pude sentir tus garras clavándose en cada parte de mi sangre,

dejando la marca del cazador.

Lograste capturar tu trofeo,

que pretendía poder domar tu fuego.

Anda cazador, continúa con el juego.

¿Qué más podríamos hacer?

©Ruska 2012

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